30 de julio de 2011
Yuri Valentinovich Knorozov, el soviético que descifró la escritura maya
Por Juan Manuel Olarieta
El desciframiento de los logogramas mayas, uno de los enigmas de la humanidad que se había dilatado durante siglos, fue obra del epigrafista soviético Yuri Valentinovich Knorozov (1922-1999), un erudito capaz de leer en múltiples idiomas con alfabetos diferentes.
Knorozov nació en un pueblo muy cercano a Jarkov, que entonces era la capital de Ucrania. En 1940 se trasladó a Moscú para estudiar, comenzando sus estudios en el departamento de Etnografía de la Universidad, interesándose por las civilizaciones antiguas, especialmente el Egipto de la época de los faraones, aunque también por China, la India y las viejas culturas de Oriente Medio.
La Segunda Guerra Mundial le sorprendió muy joven, alistándose en un Batallón de Artillería Pesada del Ejército Rojo como soldado raso. A pesar del tiempo transcurrido en medio del vacío intelectual de la guerra, cuando en 1945 Knorozov llegó a un Berlín en ruinas con la avanzadilla de las tropas soviéticas, no había perdido su curiosidad intelectual. Se acercó a la Biblioteca Prusiana, viendo que obras inmortales de la cultura universal yacían apilados en cajas dispuestas para ser embarcadas hacia algún sitio. Los nazis no habían podido llevarse un tesoro histórico: los logogramas mayas contenidos en la obra de fray Diego de Landa "La Relación de las Cosas de Yucatán".
Al tiempo que feroz inquisidor, en el siglo XVI el franciscano Diego de Landa exterminó a miles de indígenas de la península mexicana de Yucatán y Guatemala acusados de herejía. Mató a los aborígenes pero se quedó con sus extraños escritos mayas, de los cuales los más antiguos datan del siglo III a.n.e. Se sabe que existieron códices mucho antes de la conquista española de Yucatán en el siglo XVI, pero la mayor parte de ellos fueron destruidos por los colonizadores. En Yucatán la destrucción fue dirigida por el monje franciscano en 1562.
La destrucción franciscana tuvo una parte positiva, su conservación para la posteridad, porque la dominación colonial fue una auténtica expropiación no sólo de riquezas materiales sino también de conocimientos ancestrales. La obra del criminal Inquisidor es lo que la piedra de Rosetta para los jeroglíficos egipcios. Aunque se escribió en 1566, no se publicó hasta 1864 en París, gracias a una traducción al francés de Brasseur de Bourbourg, quien descubrió el manuscrito original perdido y olvidado en la Real Academia de la Historia de Madrid.
En un Berlín devastado, las incógnitas de la posguerra se confabularon con las de una cultura remota en el tiempo y en el espacio. Un soldado del invencible Ejército soviético se propuso recuperar el pensamiento maya, traerlo a aquella penosa actualidad. En medio de la ruina europea, ¿era posible lo imposible? Así lo creía Knorozov: "Lo que el intelecto humano ha creado puede ser resuelto por otro intelecto humano", dijo Knorozov.
Al regresar a la Unión Soviética tras la guerra, Serguei A. Tokarev, profesor de Knorozov, le propuso descifrar la escritura maya y Knorozov se convirtió en investigador del Instituto de Etnología de Leningrado. Ya estaba familiarizado con los sistemas antiguos de escritura y leyó su tesis doctoral acerca de la "Relación" de fray Diego de Landa, que llegó a ser la clave en el desciframiento.
El trabajo de Knorozov fue ímprobo. A diferencia de los mayistas occidentales, Knorozov no se había educado en una cultura plagada de prejuicios racistas. A miles de kilómetros de distancia, aprendió el maya moderno, ya que era muy posible que aquellos signos fueran un pálido reflejo de este idioma, y muchas palabras debían ser las mismas.
También aprendió castellano y pasó incontables horas de trabajo, comenzando a leer y a tomar notas a las 10 de la mañana y terminando pasada la medianoche. Comía mientras leía. La rutina no variaba ni los sábados ni los domingos.
Los mayas disponían de uno de los sistemas de escritura más complejo jamás concebido por la humanidad. Aunque no la entendían, los colonizadores de los siglos XVIII y XIX la calificaron como "jeroglífica" porque creían que tenía similitudes con los jeroglíficos egipcios. Debido al gran número de símbolos, originalmente pensaron que era puramente logográfica o ideográfica.
En 1950 J. Eric S. Thompson en su obra "Escritura jeroglífica maya: una introducción" expuso sus conclusiones sobre la escritura maya, relacionándola con sus estudios de etnohistoria, en los cuales negaba el fonetismo en este sistema. Dos años después Knorozov refutó la teoría de Thompson en un artículo titulado "La antigua escritura de Centroamérica" que publicó la revista "Etnografía Soviética". En su artículo el investigador soviético defendió una tesis revolucionaria: los jeroglíficos de fray Diego de Landa no eran letras sino sílabas fonéticas.
Más tarde Knorozov mejoró su técnica de desciframiento en su monografía de 1963 titulada "La escritura de los indígenas mayas", publicando traducciones de manuscritos mayas en su obra "Manuscritos jeroglíficos mayas", publicada en 1975.
Sin el trabajo de Knorozov hubiera sido imposible entender el significado de la simbología maya. Pero a causa del clima brutal de guerra fría de aquella época, su descubrimiento fue menospreciado por los investigadores occidentales. Thompson lo ignoró porque provenía de un "comunista". El gran mayista Michael D. Coe cuenta que Thompson le confió un poco antes de morir: "Yo ya no veré los resultados de las investigaciones que se están haciendo sobre la escritura de los mayas; pero usted vivirá aún y se dará cuenta de quién tuvo la razón: ese maldito ruso o yo".
Afortunadamente Knorozov no se hundió con las absurdas críticas. En 1963 volvió a presentar su interpretación científica de la escritura de los mayas, explicando su sistema de lectura en el marco de una discusión pormenorizada de la cultura maya.
Knorozov sembró en muchos estudiantes soviéticos la semilla del interés por las viejas culturas precolombinas de Centroamérica. La Academia de Ciencias de la URSS comenzó a publicar "América Latina", una revista especializada que insertó importantes investigaciones de Knorozov y otros eruditos soviéticos. En la Universidad de Moscú se creó el Centro de Estudios Centroamericanos "Yuri Knorozov" para preservar el legado científico del primer intérprete de la escritura maya. Por su parte, Galina Yershova dirigió un documental sobre Knorozov. Los soviéticos aprendieron a escuchar a los viejos mayas mucho antes que el resto del mundo. Durante décadas los etnógrafos centroamericanos tuvieron que acudir a Moscú para conocer a sus antepasados.
Pero fuera de la Unión Soviética la investigación de Knorozov no fue aceptada y reconocida hasta la caída del telón de acero. Tuvo que transcurrir medio siglo para que su obra fuera traducida a otros idiomas. En 1991 viajó a Guatemala, donde el gobierno de aquel país le otorgó la Orden del Quetzal. En 1994 el gobierno mexicano le entregó la Orden del Águila Azteca, que recibió en la embajada de México en Moscú. Numerosos institutos Knorozov se están abriendo actualmente en Centroamérica porque gracias a aquel epigrafista soviético hoy los antiguos mayas tienen voz propia e ingresaron en la historia escrita. De los sistemas de escritura precolombinos de Centroamérica, es el único que se ha logrado descifrar.
Además, Knorozov publicó numerosos trabajos acerca de sistemas de escritura de la civilización Harappa y de las tablillas de los Rongo Rongo en la Isla de Pascua.
El gran epigrafista soviético murió en 1999 en una Rusia vergonzosa, bien diferente del país socialista en el que se había educado. Una neumonía le mantuvo varios días en el pasillo gélido de un hospital, que se le complicó con un derrame cerebral. Fue enterrado en un antiguo basurero de San Petersburgo, la que antes había sido la inmortal Leningrado.
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