Extraído de Cubadebate.cu. Por Rafael González Escalona, estudiante de Periodismo de la Universidad de La Habana
Con los dedos aún embarrados de pintura me lanzo a cronicar este día, que no pasará a mi currículo como el más periodístico, pero sí como uno en los que más útil me he sentido.
Temprano en la mañana me bajé del carro, en la entrada del círculo infantil “La Edad de Oro” (Nota: El círculo infantil es una escuela inaugurada por Fidel Castro y Vilma Espín en 1976, que necesitaba una urgente remodelación). Había llegado hasta acá con el objetivo de cubrir una jornada de trabajo voluntario, convocada por la embajada de Venezuela en Cuba para conmemorar los aniversarios del triunfo de la Revolución Cubana y del natalicio de José Martí. Existía también otro motivo: el embajador venezolano Ronald Blanco La Cruz, artífice de estas actividades y compañero inseparable del presidente Hugo Chávez desde los inicios de la Revolución bolivariana -participaron juntos en la rebelión militar del 4 de febrero de 1992-, finaliza esta semana su misión al frente de la representación diplomática venezolana en Cuba.
Metido en la piel del periodista, comencé a disparar indiscriminadamente el obturador, con lo que obtuve fragmentarias escenas del acto inicial. Palabras del embajador Blanco La Cruz. Click. Diplomas entregados a destacados participantes en estas jornadas se sucedían. Click. Momento cultural. Click. Homenaje de otros embajadores su homólogo venezolano. Click.
Al finalizar el acto los periodistas hicimos una disciplinada cola para entrevistar al embajador. No me sorprendió verme el último. Desistí. Comprendí que hoy no era día de declaraciones. Y me fui a buscar imágenes tras el tropel de embajadores, trabajadores de círculo infantil, funcionarios, miembros de movimientos de solidaridad, todos mezclados; como quisiera Guillén.
Los ritmos caribeños pronto inundaron el lugar. Allá Alí Primera, aquí un merengue. Palpé el entusiasmo, las ganas de hacer. Me sentí dentro de aquellas jornadas de trabajo voluntario organizadas por el Che. Y mientras más fotografiaba, más resonaba en mi cabeza aquella idea martiana de hacer en cada momento, lo que en cada momento es necesario. Y no eran fotos lo que necesitaba aquel lugar.
Fue así que me vi, espátula, brocha en mano, eliminando viejas pinturas y dando nuevo color. Allí, codo a codo con “seños” del círculo, las escuché hablar de los futuros adornos de las paredes. Conversando más tarde con una trabajadora del Banco Industrial conocí un poco más de estos trabajos voluntarios. Mucho han hecho en los últimos dos años. Mucho más harán.
A punto de irme busqué al embajador Ronald Blanco para hacerle una última fotografía. Lo encontré rodillo en mano y comprendí que, aunque no crucé palabras con él, mis brochazos valieron más que todas las entrevistas del mundo.
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